sábado, 25 de febrero de 2012

Historia de la radio en colombia

La historia de la radio colombiana

La primera emisora radial en la historia de Colombia comenzó a funcionar en Bogotá, y no en Barranquilla, como erróneamente se ha dicho y escrito en varias ocasiones, por iniciativa del gobierno de Miguel Abadía Méndez. Cuando en agosto de 1926 el nuevo presidente organizó su gabinete ministerial, para ocupar la cartera de Correos y Telégrafos nombró al arquitecto y periodista José de Jesús García, quien recibió un ministerio sumamente activo y lleno de proyectos.


La Administración anterior, la del general Ospina, la misma que creó el Ministerio de Correos y Telégrafos, le había dado al área de las comunicaciones un singular impulso. Continuando con esa política, dieciocho meses después el Ejecutivo dio los primeros pasos destinados a que el Estado colombiano contara con una radiodifusora. Y, al mismo tiempo, elaboró y dio a conocer las normas exigidas para que los particulares instalaran y pusieran en funcionamiento otras de carácter comercial.


La perifonía colombiana estaba en marcha en Colombia impulsada desde el Gobierno y en medio de las expectativas del gran público, ya que solo un selecto y privilegiado sector de la población había podido hasta entonces disfrutar de la sintonía de unas pocas estaciones extranjeras de onda corta mediante el uso de los primeros y costosos receptores llegados al país. Durante el primer semestre de 1928 el ministro García, con la asesoría de técnicos extranjeros, comenzó a tomar las necesarias y sucesivas decisiones para instalar la emisora denominada HJN.

La compra del transmisor de onda media se realizó en la empresa alemana Telefunken, y en un pequeño terreno fiscal en un sitio denominado como Puente Aranda se planeo la construcción de la planta transmisora y parque de antenas. La emisora no poseía estudio alguno y para ello se decidió que este se instalara en un salón del Capitolio Nacional. La promesa fue que el 15 de julio las obras estarían terminadas. Pero la promesa no se pudo cumplir.


El jueves 5 de septiembre de 1929, en la primera plana del diario El Espectador, un pequeño anuncio informaba sobre un singular hecho: “Teatro Caldas, Chapinero. Inauguración de la estación Radiodifusora de Bogotá. Los concurrentes de esta noche al Teatro Caldas podrán oír los discursos del señor ministro de las comunicaciones y del Sr. Sarazola. Además, cantos de los señores Umaña y Posada”. Los dueños del teatro, pensando acertadamente en que el acontecimiento radial no podría ser escuchado por la inmensa mayoría de bogotanos carentes de receptores, en la cinematográfica sala habían instalado uno de estos aparatos conectado a dos altoparlantes, y de esta forma sacarle provecho a la transmisión con la correspondiente venta de entradas.


Pero además de la comercial invitación, en la última página del periódico una nota informaba lo siguiente: “Hoy, a las seis de la tarde, se verificará el primer concierto de la estación radiodifusora instalada por el Gobierno Nacional cerca del sitio denominado Puente Aranda. La inauguración oficial de esta estación se efectuó a las 11 de la mañana y al acto asistieron, entre otras personas, el ministro de Correos y Telégrafos, el técnico señor Klemp, varios miembros del Congreso y numerosos invitados”.


El Ministerio de Correos y Telégrafos informaba que la estación transmitiría en la frecuencia de 705 Kcs, banda de 425 metros, y también que la potencia le permitiría ser escuchada en toda la república. Durante las transmisiones de prueba de la estación, los conciertos fueron captados en ciudades tan distantes como Barranquilla, Cereté y Santa Marta, de acuerdo a los telegramas que llegaron al Ministerio. La estación transmisora de Puente Aranda funcionaba con un jefe electricista, un ayudante, un maquinista y su ayudante y dos mecánicos. La hora fijada por el Ministerio para que se lleven a cabo los conciertos fue la de las nueve de la noche.
Poco a poco, la programación de la emisora fue tomando forma. Ya para el 17 de septiembre utilizaba un formato más o menos básico, fecha en la que justamente El Espectador anunciaba la publicación diaria en sus páginas de la programación de la HJN.


Año tras año, la HJN continuó afinando la calidad de su programación, mientras que al mismo tiempo, aunque con lentitud, ampliaba sus horarios de transmisión. Tras un breve período de producción de programas por parte de concesionarios particulares, ya en nombre del Estado, fue dirigida sucesivamente por varios personajes nacionales, entre los que con singular brillo se destacó el escritor Daniel Samper Ortega entre 1932 y 1933. Cinco años más tarde, debido a la eficiente burocracia y unas repetidas “deficiencias técnicas”, la voz de la primera radiodifusora colombiana terminó por enmudecer.




Durante los dos últimos años del Gobierno de López Pumarejo las posibilidades de la instalación de una nueva emisora estatal fueron creciendo. Estudiado con atención un proyecto elaborado al respecto, con un costo estimado en 300.000 pesos, su financiación resultaba en ese momento imposible. Fue entonces cuando Gustavo Santos, director nacional de Bellas Artes, le dijo un día al Presidente López, quien no había dejado de pensar en el proyecto, que él iba a construir la emisora con la plata que hubiera. Y la hizo



La emisora gubernamental fue inaugurada el 1 de febrero de 1940 a las 20:00 horas, desde el flamante edificio de la emisora, construido especialmente, y localizado sobre la Av. Caracas. Entre 1940 y 1950, la Radio Difusora Nacional operó bajo la orbita del Ministerio de Educación, en 1952 se acercó un poco más a la Presidencia de la República, como filial de la Oficina de Información, a partir de 1957 formaba parte del Departamento Nacional de Radiotelevisión, dependiente en forma directa de la Presidencia, y años después formaba parte del llamado Instituto Nacional de Radio y Televisión.


A principios de los años noventa, los equipos de onda corta de la estatal emisora comenzaron a salir de servicio con demasiada frecuencia y terminaron por dejar de funcionar. La voz internacional de Colombia desapareció del éter, simultáneamente con la reducción del número de sus repetidoras nacionales, la razón fue la desidia gubernamental y la intemperancia de los trabajadores de Inravisión. Y ya a finales del agitado siglo pasado los augurios sobre el futuro de la enferma Radiodifusora Nacional de Colombia eran, sencilla y tristemente, de pronóstico reservado. La Radiodifusora Nacional de Colombia a lo largo de su historia opero en la onda corta en las frecuencias de 6180, 17885, 15335, 11795, 9685 y 9655 con una potencia de 25 Kw, aunque en los últimos tiempos esta se vio notoriamente reducida por el deterioro de sus equipos.
Tras la promulgación del decreto del Gobierno de Abadía Méndez, determinante de las condiciones para la instalación de «estaciones de perifonía», muy pronto comenzó a aparecer en Colombia una nueva clase de empresarios dedicados al prometedor negocio de la radiodifusión.

En la capital de la República, por ejemplo, la primera emisora de ese tipo inició actividades el 14 de enero de 1930, gerenciada por Alfredo Carreño bajo el extranjerizante nombre de Universal Radio Corporation, e identificada por las letras HKC; y ya para 1938 habían llegado a la media docena: Radio Alford, Radio HKF, La Voz de la Víctor, Colombia Broadcasting, La Voz de Colombia y Ecos del Tequendama. Seis años después, a mediados de la década del ‘40, en el ámbito nacional el Ministerio de Correos y Telégrafos registraba un total de 71 estaciones funcionando en 27 centros urbanos.


Tal proliferación produjo entonces un novedoso fenómeno: la transmisión de ciertos programas, organizados generalmente por agencias de publicidad o departamentos de ventas de grandes compañías, a través de cadenas circunstanciales y pasajeras formadas por emisoras de diferentes ciudades y propietarios, según el interés regional o nacional de tal o cual producto, entidad o empresa. 

De este modo se inicia el funcionamiento de la modalidad de emitir en cadena, algo muy común en la radiodifusión colombiana.


El 19 de febrero de 1941 nace el programa ofrecido por la Federación Nacional de Cafeteros, para iniciar una intensa campaña en pro del mayor y mejor consumo del café dentro del territorio de la República, con la colaboración de la orquesta Emilio Murillo de La Nueva Granada, bajo la dirección del maestro Francisco Cristancho. Por la Radiodifusora Nacional en cadena con las estaciones La Nueva Granada, La Voz de Colombia, La Voz de Bogotá y Emisores Unidas de Barranquilla.


El 28 de febrero de 1945, a las 20:30 horas, sale al aire La Cadena de la Suerte, novedad radial que presenta al país la Lotería Extraordinaria de Girardot. Atracciones, concursos, premios. Las emisoras que conformaban la cadena fueron: La Voz de Colombia, La Voz de Bogotá y Radio Girardot. El programa se producía en el auditorio de La Voz de Bogotá.


Por último vemos que el 6 de mayo de 1945 es creado el programa “Los Profesores del Aire”, que fue el más ingenioso programa radial de Colombia. Se ofrecían valiosos premios en efectivo para el público ofrecido por las principales emisoras y por Propaganda Época Ltda., la gran agencia de avisos de Bogotá y Medellín, todo para demostrar el alto nivel cultural que había alcanzado el país. El programa demostraba también la cobertura nacional alcanzada por estas efímeras cadenas a través de once emisoras localizadas en otras tantas ciudades del país: Bogotá, Medellín, Barranquilla, Cali, Pereira, Cartagena, Manizales, Bucaramanga, Tunja, Neiva e Ibagué.


Estas exitosas experiencias condujeron inevitablemente a varios empresarios a pensar en uniones permanentes. Dos de ellos, William Gil Sánchez y Enrique Ramírez Gaviria, inquietos promotores de las que, en corto tiempo, se convertirían en las dos grandes cadenas de la radiodifusión privada en Colombia. Nacidas casi simultáneamente, pocos meses después del destructor estallido popular del 9 de abril de 1948. Trágico suceso que motivó que Gobierno Nacional censura a muchas de las emisoras radiales acusadas de haber contribuido en ese nefasto día a incentivar la rebelión con comentarios subidos de tono e incitaciones irresponsables.


La Cadena Radial Colombiana (Caracol), creada inicialmente por la fusión de las emisoras Voz de Antioquia y la bogotana Nuevo Mundo, comenzó a funcionar desde 1948 por iniciativa de William Gil Sánchez cuando el 18 de marzo de 1950 quedó formalmente constituida como sociedad comercial, con la integración de otras dos estaciones. Los firmantes de la histórica escritura fueron Gil Sánchez de la Voz de Antioquia, Fernando Londoño Henao por Radio Nuevo Mundo de Bogotá, Rafael Roncallo de Emisoras Unidas de Barranquilla y H. S. Simmons de la Radiodifusora de Occidente de Cali. Como dato curioso, vale la pena recordar que Radio Nuevo Mundo había nacido a finales de los años treinta con el nombre de Radio El Liberal por iniciativa de los ex presidentes de la Republica Alfonso López Pumarejo y Alberto Lleras Camargo, con el claro propósito de competir ideológicamente con la Voz de Colombia.


En 1956 las emisoras afiliadas a Caracol llegaban a 16, entre las que, además de las cuatro fundadoras, figuraban Ecos del Combeima, Ondas del Gualí, Radio Bucaramanga, La Voz de Cúcuta, La Voz Amiga, Emisoras Fuentes, Ondas del Puerto, La Voz de Armenia, Ecos de Pasto, Radio Neiva, Radio Manizales y La Voz de Santa Marta.


Radio Cadena Nacional fue formada por iniciativa de los hermanos Enrique y Roberto Ramírez Gaviria y Rudesindo Echavarría mediante la unión de la Emisoras Nueva Granada, de Bogotá, y la Voz de Medellín. Más tarde vincularon a sus objetivos a un grupo de importantes empresas industriales y a varias otras radiodifusoras. A mediados de los años cincuenta, además de las dos emisoras fundadoras, RCN era propietaria de Radio Pacífico de Cali, La Voz de Pereira y Radio Santander de Bucaramanga, y contaba con otras 15 con el carácter de afiliadas instaladas en las ciudades de Bogotá, Medellín, Girardot, Ibagué, Barranquilla, Cartagena, Santa Marta, Armenia, Manizales, Cartago, Buga, Palmira, Neiva, Popayán y Pasto. 


Los cincuenta y sesenta, y parte de los setenta pueden considerarse como los años dorados de las grandes cadenas, por la variedad y calidad de su programación y los adelantos técnicos de sus emisoras. Años que marcaron, por ejemplo, el apogeo de los grandes programas en vivo, musicales, teatrales, de concurso, de variedades, irradiados para todo el país desde confortables y concurridos radioteatros.


Años que fueron, también, testigos del inicio de la conformación de verdaderos equipos noticiosos, integrados por voces y especialistas de gran profesionalismo que lograron colocar al periodismo radial colombiano entre los mejores de Hispanoamérica. Durante los años setenta, obligadas ya por la competencia de la televisión (que había hecho su aparición en junio 1954), las grandes cadenas (y la radiodifusión en general) comenzaron inevitablemente a variar su programación. Poco a poco, los populares programas en vivo fueron desapareciendo, y entrando en los años ochenta, la mediocridad y la falta de creatividad iniciaron la invasión de las ondas radiales. Con excepción de algunos grandes noticieros, que sí mantuvieron y aumentaron su profesionalismo, aunque prologados artificialmente en sus horarios para atender la creciente y abultada pauta publicitaria, el resto de la programación se contrajo, en general, a la transmisión de grabaciones musicales.


En uno u otro caso, alternadas o intercaladas, juntas o separadas con equipos de parlanchines que, en medio de un desorden general, de voces disonantes que se interrumpen una y otra vez, durante horas se ocupan de una enorme variedad de temas, de concursos o de llamadas de oyentes absolutamente intrascendentes e inútiles, de boberías sin fin, en ocasiones utilizando un lenguaje chabacano, acompañados por la transmisión de cuñas publicitarias, directas o indirectas, subliminales o descaradas, de pócimas milagrosas, medicamentos de dudosa eficacia, tratamientos de belleza o variados servicios de charlatanes, especialistas en vivir del cuento.
En marzo de 1932, al ser nombrado el escritor Daniel Samper Ortega director de la HJN, un editorial del periódico El Espectador, entre otros conceptos, con ilusión patriótica expresaba: “Orientadas con un criterio razonable que alternen el sentido práctico y el buen gusto, las estaciones radiodifusoras pueden desempeñar en el desarrollo de la cultura del país un papel tan importante como el de los colegios y universidades; y acaso más ameno que el de éstos, especialmente en las clases trabajadoras que no disponen de dinero ni de tiempo para asistir a los establecimientos de educación, oficiales o particulares, el radio llena una misión didáctica cuyo alcance benéfico difícilmente podríamos meditar. Esto precisamente es lo que hace imperiosa la necesidad de que en su empleo se proceda atendiendo no sólo a sus cualidades amenas, sino ante todo, a su influjo educador”.


Otras cadenas de importancia en la radio Colombia han sido Cadena Todelar y la Cadena Súper, siendo ambas propietarias de varias emisoras y con un importante número de estaciones afiliadas.


Hablar de las emisoras colombianas en la onda corta, puedo asegurarles que llevaría mas de un programa. Muchas de ellas se distribuyeron en las bandas tropicales e internacionales, especialmente en la banda de los 49 metros. Las mas conocidas fueron las emisoras cabeceras de las cadenas que he mencionado a lo largo del programa, pero también muchas emisoras independientes hacían uso de estas frecuencias, y eso hacia interesante su escucha.
Para el final he dejado de ex profeso la mención de una de las más conocidas emisoras colombianas hoy ya desaparecida, pero que fue todo un ejemplo de cómo hacer buena radio y trasladar esa calidad al exterior. Me refiero a Radio Sutatenza, una emisora cultural que era captada en toda América y el mundo gracias a su potente onda corta que empleo las frecuencias de 6075 y 5095 kcs.

Tomada de:

http://historiadelaradioencolombia.blogspot.com/ 






 

Historia del periodismo escrito en colombia




 Durante el siglo XX la prensa escrita colombiana fue intérprete, vocero y motor de los grandes acontecimientos nacionales, y es así mismo el más grande acervo histórico que existe, imprescindible para conocer y entender nuestra evolución en el curso de una centuria





Ningún documento sirve con tanta precisión para medir el desarrollo de la sociedad, como la prensa escrita. Y en el caso colombiano podemos apreciar en las páginas de los periódicos la historia nacional en todas sus facetas –políticas, sociales, económicas, geográficas, culturales, deportivas, judiciales—desde los finales del siglo XVIII hasta nuestros días. Por la prensa el siglo XX transcurre como en una inmensa e ininterrumpible película documental, con sus personajes grandes y pequeños, heroicos o siniestros, que dan origen a sucesos de variada índole; y en la evolución de los periódicos vamos observando también los cambios que se suceden en el país década por década.
Si la característica más visible en la prensa del siglo XIX fue su inestabilidad –ningún periódico decimonónico duró más de quince años, y no más de tres llegaron a esa edad—en el siglo XX se da el fenómeno contrario. Con el advenimiento de una paz prolongada, tras la sangrienta Guerra de los Mil Días (véase Credencial Historia edición 177), y de nuevas tecnologías tipográficas y de impresión, que al fin pudieron traerse al país gracias al establecimiento de la energía eléctrica en 1900, los periódicos nacionales se estabilizaron y consolidaron su frecuencia.

 PRINCIPIANDO EL SIGLO

El primer gran diario colombiano que circuló en el Siglo XX apareció en mayo de 1902, cuando la guerra agonizaba, y fue uno de los gestores de la paz que se firmó en noviembre de ese año. Su nombre era simbólico, El Nuevo Tiempo, y quería señalarse como el heraldo de los tiempos nuevos y venturosos que llegaban. Para publicarlo se asociaron el diestro editor Joaquín Pontón, y los experimentados periodistas y escritores José Camacho Carrizosa y Carlos Arturo Torres, que antes de la guerra habían estado al frente de dos diarios de óptima factura, La Crónica y La Opinión Pública, (1897-1899). Desde su primer número El Nuevo Tiempo sentó plaza como el diario más influyente, posición que conservó hasta principios de la década de los veintes, en que lo equipararon y superaron otros diarios, pero se sostuvo entre los cinco de mayor circulación y prestigio hasta su desaparición definitiva en 1938 y después de treinta y seis años de circulación ininterrumpida. 






 Como en el Siglo XIX, la prensa colombiana del siglo XX era política e ideológica, de acuerdo al partido o a la doctrina a que perteneciesen sus directores o propietarios. Carlos Arturo Torres y José Camacho Carrizosa orientaban el liberalismo fin de siècle que se inspiraba en la corriente radical del siglo XIX y que se oponía al liberalismo socialista de Uribe Uribe y de Benjamín Herrera, y en consecuencia El Nuevo Tiempo ofició de vocero de los radicales; sin embargo Torres, Camacho y Pontón (conservador) supieron orientar su diario con imparcialidad, y aparte de las combativas columnas editoriales, de impecable estilo literario y filosófico, hicieron de El Nuevo Tiempo un admirable periódico informativo pluralista, esencia que no perdió cuando, por la mala salud de ambos directores –Camacho falleció en 1905 y Torres en 1911—fue vendido y traspasado al poeta Ismael Enrique Arciniegas, quien asumió la dirección y lo convirtió en adalid de las ideas conservadoras.
Con El Nuevo Tiempo renació la actividad periodística en el país. En Bogotá aparecieron otros diarios de mucha importancia, como El Comercio, de Enrique Olaya Herrera y José Manuel Pérez Sarmiento, opuesto al radicalismo de El Nuevo Tiempo, y defensor de las ideas de Uribe Uribe; reaparecieron El Relator (n. 1878), dirigido por Diego Mendoza Pérez y El Telegrama (n. 1886), bajo la dirección de su fundador, Jerónimo Argáez, y numerosos semanarios como La Gruta, de Rafael Espinosa Guzmán y Federico Rivas Frade, y La Barra, del humorista Clímaco Soto Borda (Casimiro de La Barra). El hito periodístico de la década lo marcaron las revistas ilustradas Revista de la Paz y Bogotá Ilustrado, de delicada confección tipográfica, que aparecieron en 1906 y circularon poco más o menos dos años.










EL HOMBRE DE LAS MAQUINAS


Aunque hoy su nombre sea desconocido, una de las personas con quienes tiene fuerte deuda de gratitud el periodismo colombiano es Arturo Manrique (Tío Kiosco), cuyo olfato hizo posible que nuestra prensa se incorporara a los grandes adelantos de la tecnología de composición y de impresión. En 1901, Manrique publicó el periódico literario La Esfinge, que dio impulso a una nueva generación de críticos, escritores, poetas y periodistas. En 1904 se trasladó a Barranquilla para fundar y dirigir un diario de excelente calidad, Rigoletto, que gozó de prestigio nacional. En Barranquilla hizo los contactos para obtener la concesión de una importante casa estadounidense productora de elementos de impresión y en 1910 trajo para la Gaceta Republicana de Enrique Olaya Herrera el primer linotipo que se conoció en Colombia. En 1916 Manrique importó y montó, para El Diario Nacional, de Enrique Olaya Herrera, la primera máquina rotativa, tipo dúplex, llegada al país. En 1924 Arturo Manrique fundó y dirigió uno de los diarios que hicieron época en nuestra historia periodística, el vespertino Mundo Al Día, con el formato del ABC de Madrid, y que fue un periódico innovador, agilísimo en la presentación de las noticias, con una impresión muy cuidada y abundantes fotografías e ilustraciones, además de la inolvidable tira cómica Mojicón, primera en su género hecha en Colombia. Añádase a lo anterior que Mundo Al Día fue el primer diario de carácter apolítico, es decir, independiente.







LA BATALLA POR LA LIBERTAD 

Otros periódicos de la década del novecientos que ejercieron influencia notoria en la opinión fueron El Porvenir (entre 1902 y 1911), uribista, diario dirigido por Arturo Quijano; Sur América (entre 1903 y 1915), dedicado a la lucha contra el imperialismo yanqui, a raíz de la secesión de Panamá; El Correo Nacional (n. 1891) conservador, cuya última época (entre 1905 y 1910) lo tuvo como uno de los defensores mejor estructurados del Gobierno de Rafael Reyes; y El Republicano (entre 1907 y 1917), diario liberal, uribista primero y después radical, de gran formato, dirigido por Ricardo Tirado Macías.
1910 es el año que cierra una era y abre otra en la historia del país y de su periodismo. Florecen gran cantidad de periódicos, y al mismo tiempo el gobierno de Ramón González Valencia intenta amordazar la prensa mediante una ley que le permite a la policía llevar a la cárcel a los periodistas cuando sus opiniones sean consideradas lesivas al gobierno o tendientes a subvertir el orden público. El encarcelamiento de los directores de El 13 de marzo, Jorge Martínez Landínez y Alfredo Cortázar Toledo, desata una tempestad en que los periodistas exigen la completa libertad de expresión. Enrique Olaya Herrera, al inaugurar su máquina linotipia, escribe en Gaceta Republicana que “La grande y suprema aspiración de un diarista no debe ser otra que la de saberse constituir una tribuna de independencia”, y agrega que sin libertad de opinión la independencia es una utopía. Por su parte Benjamín Palacio Uribe, en Gil Blas, estima que “la causa fundamental del desastre en que la nación ha caído, reside en la poca amplitud que han concedido nuestros gobernantes al ejercicio de la palabra escrita”; y Ricardo Tirado Macías advierte en El Republicano que “No es a los escritores a quienes conviene más la libertad de prensa. Es a los ciudadanos de todas las clases, de todos los estados, de todas las condiciones”.


El debate sobre libertad de prensa fue trascendental. González Valencia quiso calmar los ánimos concediendo franquicias postales a los periódicos, y su sucesor, Carlos E. Restrepo, aseguró que en su Gobierno el respeto por la libertad de expresión sería total. No obstante la Iglesia acentuó su práctica de excomulgar a los periódicos liberales y de instigar su censura y supresión desde los púlpitos, y periodistas como Benjamín Palacio Uribe y Ricardo Tirado Macías fueron retados a duelo y atacados bala en repetidas ocasiones; pero la batalla por la libertad de expresión fue ganada por la prensa y a finales de año el presidente Restrepo dio a la policía la orden tajante de abstenerse de perseguir o detener a los periodistas por asuntos de opinión. 

 LA PRENSA ASOCIADA

 Al salir de la Cárcel, Jorge Martínez Landínez fundó Prensa Asociada, a la que se afiliaron los periódicos que se publicaban en Bogotá y en el país. Prensa Asociada tuvo notable injerencia en la victoria de la libertad de expresión y fue un instrumento imponderable en la estabilidad económica de las empresas periodísticas, ya que organizó la primera agencia de distribución de periódicos a nivel nacional, con resultados asombrosos, y estableció en Bogotá, Medellín, Barranquilla y Cali la primera red de puestos fijos de venta urbana de diarios y otras publicaciones periódicas, lo que también constituyó una importante fuente de empleo.


 LOS IRREVERENTES

Aparecen en 1910 dos diarios y una revista de importancia incuestionable en la década del once al veinte. La Unidad, que dirige el joven conservador de izquierda, bachiller del Colegio de San Bartolomé e ingeniero de la Universidad Nacional, Laureano Gómez; Gil Blas, de propiedad de Benjamín Palacio Uribe y Luis del Corral, con dirección del primero; y la legendaria revista El Gráfico, de los hermanos Abraham y Abdías Cortés. Recibida como un verdadero acontecimiento cultural y periodístico, El Gráfico tiene que hacer tres reimpresiones de su primer número, el mismo día de su nacimiento (20 de julio, centenario de la Independencia), pues la demanda de ejemplares es incesante. Durante los treinta y un años en que circuló, hasta 1941, El Gráfico fue una de las revistas más importantes y de elevado tiraje en América del Sur. Los hermanos Cortés hicieron de ella un modelo de excelencia periodística, cuya colección es un tesoro que nos permite conocer, a fondo y en detalle, cómo transcurrieron los primeros cuarenta años del Siglo XX en Colombia y en el mundo.
La Unidad y Gil Blas se parecen en el talante, en la actitud de rebeldía permanente contra lo establecido, y por eso representan la izquierda conservadora y la izquierda liberal. En La Unidad (1910-1917) Laureano Gómez se va pluma en ristre contra la jefatura conservadora de don marco Fidel Suárez, crítica a la Iglesia, no es benigno con el Gobierno de Concha, aplaude a Uribe Uribe, se alía a menudo con los liberales, apoya la candidatura de Valencia contra la de Suárez, y al cabo se cierra por presión del arzobispado, no sin dejar posicionado a Laureano Gómez como jefe del conservatismo de izquierda y como una de las figuras relevantes de la nueva generación. Gil Blas (1910-1925) es también un periódico irreverente y sui géneris. Su especialidad reside en el sarcasmo, el humor fino y lacerante, que lo convierte en el periódico más temido y temible de la década. De corte parecido es La Linterna, de Tunja, (1909-1919), dirigido por Enrique Santos, quien se gana varias excomuniones; su periódico será el primero de provincia con amplia circulación en Bogotá e influencia en el país.







LOS QUE CRUZARON EL SIGLO

En 1911 hay en Bogotá tres vespertinos: Gaceta Republicana, Gil Blas, y Comentarios, y siete matutinos: El Nuevo Tiempo, El Tiempo, El Republicano, La Tribuna, La Unidad, El Liberal, La Crónica. De todos ellos solo El Tiempo vivirá al terminar el siglo. Lo había fundado el 30 de enero Alfonso Villegas Restrepo, con el propósito de defender las ideas republicanas y sostener el gobierno del presidente Carlos E. Restrepo. Cuatro hojitas de tamaño octavo, inclinan las apuestas a que El Tiempo no sobrevivirá al gobierno republicano. La pluma fina y agresiva de Villegas y los artículos sesudos y amenos de Eduardo Santos, obligan a que El Tiempo sea tomado en serio. Al finalizar el año el diario republicano goza de amplia circulación, que le permite estrenar maquinaria y ampliar su formato a tamaño universal. Debido a que Alfonso Villegas Restrepo era tan buen periodista y escritor, como pésimo administrador, en su tercer año El Tiempo vive la paradoja de ser un periódico exitoso al borde de la quiebra. Numerosas acreencias, a las que Villegas no presta atención, pesan sobre el diario, y el esfuerzo continuo de tres años de lucha y de fatigas, sumado a las continuas derrotas electorales del partido republicano, minan la salud del director. Villegas decide vendérselo a Eduardo Santos, que asume como Director-Propietario en junio de 1913, sanea las deudas, pone en marcha la empresa periodística más próspera que tiene Colombia, y hace de El Tiempo uno de los cinco grandes diarios de América Latina. No sin enormes dificultades contra las que Eduardo Santos despliega una tenacidad férrea. En 1919 ingresa al periódico, como jefe de Redacción, Enrique Santos, director de La Linterna de Tunja y hermano mayor de Eduardo, quien deseoso de dedicarse a la política deja el diario en manos de Enrique, que ya lo había convencido de abandonar el republicanismo y retornar a la comunidad liberal. En 1919 El Tiempo estrena su primera rotativa dúplex, y desde 1920 acoge las ideas liberales, que había combatido durante los diez años anteriores. La violencia política de los años cincuenta ocasiona que El Tiempo sufra, el 6 de septiembre de 1952, el incendio de sus instalaciones provocado por un turba de fanáticos ante cuya acción criminal las autoridades permanecen sordas, ciegas y mudas; más adelante, en agosto de 1955, El Tiempo es clausurado por el gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla, y reaparece en febrero de 1956 con el nombre de Intermedio. Al caer Rojas Pinilla en mayo de 1957, El Tiempo reasume su nombre al mes siguiente, el 8 de junio, como homenaje a la memoria de los estudiantes mártires caídos el 8 y 9 de junio de 1954. En 1938, al retirarse de la dirección Enrique Santos, se nombra a Roberto García-Peña, quien la ejerce durante cuarenta y tres años. En 1981 lo sucede Hernando Santos Castillo, director hasta su fallecimiento en abril de 1999. En mayo del mismo año se constituyó una dirección dual integrada por Enrique Santos Calderón y Rafael Santos Calderón.












 Luis Cano, hijo de Fidel, el respetado y casi mítico fundador y director de El Espectador de Medellín, regresa de Santiago de Chile en 1912. Allí había tenido oportunidad de hacer amistad y de intercambiar ideas con el embajador colombiano en la nación austral, Enrique Olaya Herrera, propietario de Gaceta Republicana. Olaya Herrera le vende a Luis Cano una parte de su diario y lo nombra director, con la idea de dar a la Gaceta un formato, similar en apariencia y contenido, al de El Mercurio de Santiago. Cuando Luis Cano asume la dirección, ya la gaceta es un vespertino prestigioso, muy leído, y el más moderno en su presentación tipográfica. Dos años después Luis Cano vende su parte en Gaceta Republicana a Juan Ignacio Gálvez, se retira de la dirección, y acuerda con su padre publicar una edición vespertina de El Espectador en Bogotá, que aparecerá simultánea con la de Medellín, dirigida la de Bogotá por Luis Cano y la de Medellín por don Fidel. La edición bogotana de El Espectador circula en 1915 y continúan publicándose los dos diarios, el de Bogotá y el de Medellín, hasta 1923, en que la edición de Medellín desaparece. Don Fidel Cano había muerto en 1919 y su segundo hijo, Gabriel, se encarga de El Espectador de Medellín, pero no puede sostener la competencia con su poderoso rival, El Colombiano, y en 1923, de acuerdo con su hermano Luis, cierra la edición de Medellín y viaja a la capital para desempeñar la gerencia de El Espectador de Bogotá. Luis Cano muere en 1950 y Gabriel pasa a ser el director. En los lúgubres sucesos del 6 de septiembre de 1952, las instalaciones de El Espectador, asaltadas por la chusma chulavita, arden al par con las de El Tiempo, y en 1955, pocos meses después de la clausura de El Tiempo, el gobierno del general Rojas Pinilla cierra El Espectador. En la década de los sesenta El Espectador, codirigido por Gabriel Cano y su hijo Guillermo, hace el tránsito de vespertino a matutino. Su permanente actitud de denuncia de las actividades criminales de la mafia del narcotráfico, provoca en diciembre de 1986 el asesinato el director Guillermo Cano. Más adelante los narcomafiosos ordenan dinamitar la sede de El Espectador. Los sucesores de Guillermo Cano en la dirección, sus hijos Juan Guillermo y Fernando, tratan de sostener el diario, muy debilitado en sus finanzas, pero en 1997, en vísperas de una crisis devastadora, para salvarlo lo venden a un grupo económico. En la nueva etapa su primer director es Rodrigo Pardo Garcia-Peña (1998-1999), y al efectuarse una reestructuración en 1999 se nombra director a Carlos Lleras de la Fuente, quien seguía en ejercicio de su cargo al terminar el siglo. En marzo de 1987 El Espectador cumple cien años de vida.




 El 6 de febrero de 1912 aparece en Medellín un bisemanario titulado El Colombiano, dirigido por Francisco de Paula Pérez. Tres años después se convierte en diario y al terminar la década es un periódico pujante, el de más circulación en Antioquia y con vasta influencia nacional, de ideología conservadora, ecuánime y alejado del sectarismo. El 15 de enero de 1916 otra revista sale al ruedo de la opinión a competir con El Gráfico. En lujosa edición, con ilustraciones y fotograbados impecables, y una nómina de colaboradores envidiable, Cromos conquista al público desde su primer número y es, al concluir el siglo, la revista más antigua de América, con ochenta y cinco años de publicación ininterrumpida. Y en 1919 Alejandro Galvis Galvis funda en Bucaramanga el diario Vanguardia Liberal, acogido con entusiasmo por el pueblo de Santander y sostenido contra viento y marea por su avezado director. Durante la guerra que el narcotráfico declara contra el gobierno del presidente Virgilio barco (1986-1990), Vanguardia Liberal denuncia sin vacilaciones y sin cansancio las tropelías y la corrupción propiciadas por los narcos, que en respuesta, como hiciesen con El Espectador, vuelan las instalaciones de Vanguardia. El horripilante atentado no le impedirá celebrar en 1999 sus ochenta años.






 DE LOS VEINTE A LOS NOVENTA

Una historia minuciosa del periodismo colombiano en el siglo XX requiere un par de buenos y gruesos volúmenes. Aquí, para concluir, nos resulta imperioso reducirnos a una reseña de los principales periódicos y revistas de Bogotá y de provincia que nacieron a partir de la década de los veinte y que seguían con vida al 31 de diciembre del año 2000.
En 1921 sale a la luz La Patria, de Manizales, diario conservador; En Barranquilla Juan B. Fernández, antiguo jefe de redacción de El Diario Nacional de Olaya Herrera, funda en 1933 El Heraldo, periódico de sólido prestigio, no solo en Barranquilla y en el Atlántico, sino en todo el Caribe y en Centroamérica. Laureano Gómez y José de la Vega editan en 1936 un aquilatado vocero de las ideas conservadoras, El Siglo, incendiado por amotinados liberales durante los graves sucesos del 9 de abril de 1948, en que era presidente el conservador Marino Ospina Pérez. Más adelante, en 1953, El Siglo es cerrado por el Gobierno del general Rojas Pinilla, tras el golpe militar que depone al presidente Laureano Gómez, y reaparece en 1957. A principios de los noventa cambia su nombre por el de El Nuevo Siglo. En 1946, tras entregar la presidencia dela República, Alberto Lleras funda Semana “revista de los hechos de Colombia y del mundo”, publicación de excelsa calidad intelectual y analítica, que abre nuevos caminos de modernización cosmopolita en nuestro periodismo. Luego de un receso de varios años, Semana reaparece en 1982, con el mismo éxito e iguales virtudes que en su primera época. En abril de 1950 se publica en Cali El País, diario conservador, dirigido por el gran escritor Silvio Villegas y por L. Alfonso Delgado. En su medio siglo de existencia El País se mantiene en la tónica de mejoramiento constante, sin escatimar gastos, ni ahorrar esfuerzos para brindar a sus lectores los servicios más completos de información y de análisis. En 1954 el sector ospinista del conservatismo edita La República, dirigido por Silvio Villegas, y con el lema “el diario de los hombres de trabajo”.






 En los setenta La República se transforma en un diario de información y de análisis de los hechos económicos, con lo que gana amplia circulación en el mundo de los negocios. En 1963, para reemplazar al clausurado semanario del partido comunista, Voz de la Democracia, se publica Voz Proletaria, que después cambia su nombre a Voz.
Para los periódicos y revistas que salen a partir de 1964, y que subsistían al final del siglo, véase el recuadro “Prensa en circulacioón”.
A medida que los grandes diarios se consolidan y crecen, los demás van desapareciendo, absorbidos o molidos por la competencia. No es una metáfora decir que, así en Bogotá como en provincia, cuatro páginas de más en uno de los diarios tradicionales, eran un periódico menos en circulación. Por ejemplo, en 1911 se publican en Bogotá 10 diarios –tres vespertinos y siete matutinos—de cuatro páginas cada uno, que sumados hacen un diario de cuarenta páginas. Al finalizar el siglo, Bogotá tiene apenas cuatro diarios, uno de ellos con un promedio de ochenta páginas por día, el doble de las que suman los diez diarios de 1911; pero a su turno la prensa que se prepara a entrar al nuevo milenio, enfrenta un reto con el que no habría soñado diez años antes, a comienzos de los noventa: la Internet. Los periódicos .com ¿serán un complemento de la prensa escrita, o sus rivales más encarnizados?






Tomada de: 

http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/revistas/credencial/octubre2004/prensa.htm